Amigos enganchados:

dilluns, 21 de març del 2011

El Edén y la segunda Eva.

Tras varios días de espera, decidió reanudar la marcha sola.

No lo pensó mucho.

No lo pensó nada.

Agarró la mochila polvorienta, se la echó a la espalda, y prosiguió la ascensión del tortuoso y empinado camino. Ni los pinchazos que recibían sus piernas, ni el dolor que soportaba su espalda, eran más fuertes que la obsesión por encontrar lo que andaban buscando. Suerte tenía, se dijo a sí misma, al recordar el lastre que fue abandonando durante los días anteriores. Lo único que lamentó realmente fue deshacerse de la brújula que, según dijeron los compañeros, dejó de funcionar. Ella no estaba tan segura de ello. Pero tenía que acceder a las afirmaciones cuando demostraron que el aparato giraba y giraba sin cesar, lentamente, sin rumbo. Y eso ocurrió hace ahora cinco días y unos cuantos centenares de metros más abajo. Ocurrió antes de… antes de que el resto de la expedición fuera abandonando progresivamente la empresa. Unos perdieron el rumbo, el norte y la cordura, y desaparecieron. Otros dejaron allí su cuerpo; quién sabe si también su alma. Otros se despeñaron por los laterales de un camino escarpado y estrecho que unía las dos últimas montañas. Y ella, agotada tanto física como mentalmente, se había cobijado en una suerte de cabaña neolítica que la naturaleza creó en forma de rocas. Esperó tres días más, con la excéntrica idea de que alguien de los primeros que abandonaron, los que perdieron el juicio y empezaron a desquiciarse, recapacitara y fuera en su búsqueda. Pero tres días dan mucho que pensar, y ella ya se estaba volviendo lo suficientemente loca para permanecer allí algún tiempo más.

El camino se iba estrechando cada vez más. Los arbustos y la vegetación agresiva la iban encerrando hacia un túnel de difícil acceso. Al final del recorrido que alcanzaban a ver sus ojos, el camino desaparecía en una especie de meandro lleno de retorcidas raíces puntiagudas. Paró unos segundos. Acabó el líquido que contenía su cantimplora y la dejó apartada a un lado, escondida entre la maleza. Ahora su boca rezumaba un regusto cobrizo por el tiempo que esa agua llevaba estanca en el recipiente. Se secó el sudor de su frente. Izo un intento de despegarse la camiseta que el calor había soldado a su piel. Notaba sus pezones irritados por el roce del tejido húmedo y terso. La misma quemazón que sentían sus piernas al colarse por entre la multitud de cortes y arañazos las púas de las zarzas y hierbas exóticas. Le ardía todo el cuerpo. Por dentro. Por fuera. Sus pies latían con más intensidad que su propio corazón. Pero sabía que no quedaba mucho camino que recorrer hasta llegar a ese lugar del que tantos años habían estado planeando conquistar.

Extrajo de su mochila el pequeño machete y se abrió camino entre los pinchos con él, manejándolo lo poco que el escaso espacio le dejaba para maniobrar. Y tras diez minutos, que se le antojaron diez horas, llegó hasta el maldito meandro. La curva era pronunciada. De por entre la tierra sobresalían unas pequeñas piedras que servían de escalinata para acceder hacia algún lugar. Pero para acceder allí debía atravesar un impracticable agujero de espinas; atravesarlo con su cuerpo y encontrar algo con lo que agarrarse y tirar de ella misma hacia arriba.

La sangre comenzó a brotarle por los dedos, por las manos y por los brazos. Consiguió meter la cabeza por allí pese a conseguir que la piel de su rostro no fuera más que una tela de jirones ensangrentados. Pero al asomar la vista por allí lo pudo ver. Primero la luz. Las nubes. El aire puro para poder respirar. Un aire que la envalentonó a tirar de sí misma con todas sus fuerzas, dejando el dolor en un segundo plano. Consiguió salir de aquel agujero. Los pinchos se quedaron con la gran parte de su camiseta y algunas tiras arrancadas de sus pequeños pantalones. Le dolía el cuerpo. Sí. Pero consiguió salir de allí.

Se sorprendió caminando medio desnuda por una ladera verde y preciosa que la conducía hasta ese lugar que sólo había oído hablar de él en las historias que los viejos del lugar contaban en las tabernas. Era verdad. ¡Era verdad! Se dijo en voz alta, contenta. Al llegar hasta la escalinata, puso en pie en el primero de los escalones y se detuvo en seco.

Había descubierto lo que nadie se había atrevido a buscar. Pero ahora, después de todo, tampoco había nadie a quien contárselo.

Y se sentó allí a descansar y dejarse maravillar por las vistas, por el paisaje y por la idea de que pasaría allí el resto de su vida, hasta que alguien, con una locura similar a la del grupo que emprendió la expedición, lograra encontrarla; tanto el lugar como a ella.

6 comentaris:

Jan Lorenzo ha dit...

Un viaje épico hacia lo desconocido y lo increíble. Un viaje de autodescubrimiento donde poner a prueba tanto las emociones como el propio cuerpo.

Quizá no haya llegado al lugar que iba a buscar, quizá debería tener cuidado con la vieja serpiente que la vigila desde las ramas de aquel árbol. Quizá...

Muy buen relato, me ha gustado mucho. Por cierto, con respecto al mío, te diré que tenía en mente a Ana Frank, son muy diferentes ella y mi protagonista, pero en el fondo, sus miedos las hacen iguales. Las dos escapaban de la masacre y el exterminio.

Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.

Jara ha dit...

HIZO

Jara ha dit...

Lo que te gusta a ti la sangre!! algún día dejarás a tus personajes sanos y salvos??

De esta historia me gusta el afan de superación de la protagonista, de no rendirse y llegar al final. Eso es lo que admiro!!

pd: Para lo que sueles ser se ha quedado un poco sin más la historia...!!

pd: te perdono por el tiempo que yo ando igual.

Muak

Roc ha dit...

Me has hecho disfrutar de la brisa en la cara y de esos paisajes vírgenes jamás visto por el ojo humano; pero al mismo tiempo me has dejado tan magullada y tan cansada, que necesito tiempo para reponerme...
Me encantaría encontrar un lugar perdido y maravilloso, aunque no tuviera a nadie a quien contárselo. Sería una segunda oportunidad o un paraíso que sólo consiguen aquellos que verdaderamente ponen todo para hallarlo.
Un abrazo y un saludo hasta la semana que viene.

Pugliesino ha dit...

Posiblemente a este paso un viaje así pertenezca ya solo al recuerdo en un mundo cada vez mas cuadriculado y digitalizado en donde los jirones, arañazos, incluso la propia sangre formen parte de lo artificial.
Un viaje así, al que su propia existencia no necesita de nombres ni reseñas geográficas devolviendo al mismo la autentica esencia de la aventura, es, diría, un patrimonio de la humanidad en peligro de extinción.

Un viaje con el mejor equipaje, el espíritu aventurero.

Un abrazo andalstur! :)

atenea ha dit...

Menos mal que al final llegó, porque si me la matas por el camino te mato yo a ti jajaja

Ahora en serio, me ha gustado mucho la historia, sobre todo esa protagonista luchando por (¡y consiguiendo!) llegar a su destino con todos esos obstáculos.

Un placer pasar por aquí :) Besos!