Minirelato con el que participé en el 2º certamen de "Tiramisú entre libros".
Tenía que ser una historia épico-fantástica sin superar las 1.000 palabras.
En fin... haciendo números para ser un NEMA... XDDD
El Puño de Arjlcoch:
La destrucción de Trögslom se
convertiría en la devastación más sangrienta y carnicera que la bruja del
oráculo había predicho jamás. La congregación, reunida para escuchar la lectura
del augurio de los tiempos futuros, se agitó en un murmullo piadoso. Kalegh, el
mago, decidió esperar a pronunciarse después que la bruja terminara el ritual,
pues no quería enfrentar las diferentes magias en un momento tan delicado para
su pueblo.
Ôrzlag estaba sentada sobre
sus rodillas, frente al cuenco que contenía el Agua del Tiempo, con los brazos
estirados en el suelo y sus blancos ojos mirando hacia la luna. Una de sus
manos sostenía una gran pluma blanca. La otra, manchada de la sangre del
cuervo, sostenía una de sus plumas negras como el corazón del hechicero. Y cuando
las turbias aguas del cuenco volvieron a ser cristalinas, las plumas cayeron al
suelo, los ojos de la bruja parpadearon y sus labios pronunciaron el nombre del
guerrero que evitaría la desaparición de Trögslom.
—¿Chowarith? —declamó el
mago, interrumpiendo el oráculo de la bruja.
—Sí, Kalegh —el rostro de
Ôrzlag le miró con rudeza—. Es el único que perdió su alma; el único que no
puede temer a la muerte.
Chowarith avanzó por entre la
gente cuando la bruja reclamó su presencia en la cueva. El guerrero se arrodilló
ante ella y guardó silencio, pues las palabras de Ôrzlag no eran simples
órdenes, sino la respuesta del camino que debía tomar, la guía para devolver la
paz a su pueblo, que estaba en sus manos, y la forma de acabar con el hechizo.
—Recuerda, Chowarith —la voz
de la bruja era suave y aguda—, tendrás que llegar hasta lo más alto de la
Colina de los Huesos, dejar allí tu corcel y ascender la montaña hasta su
cumbre. No temas por la magia del hechicero, pues te hará ver ilusiones que
ningún daño podrán causarte. Una vez arriba, en el Gran Agujero, sabrás que
hacer. No tengas miedo porque nada puede matarte, por ahora. Sé fiel a tu
cuerpo, a tu espada y a tu inteligencia, pues de lo contrario… todo será en
vano.
Chowarith abandonaba Trögslom
a lomos de su veloz corcel, dejando atrás a toda una población amedrentada por
magias y maleficios de un brujo que nadie conocía, que tan sólo las habladurías
lo habían convertido en un ser grande y malvado. Sin descanso alguno estuvo
cabalgando durante dos lunas y dos soles, alentando a su fiel compañero de
negro pelaje; hasta llegar, cuando aparecía la tercera luna, al lugar
pronunciado por Ôrzlag. Eran tramos difíciles entre arboledas espesas y
ascensiones de pedregal y raíces, traspasando entre enredaderas espinosas y
dañinas, dificultando el avance de su rocín, ya ensangrentado. La misma suerte
obtuvo el cuerpo de Chowarith que, dejando en un lugar seguro al animal,
decidió traspasar la mortal insidia que escondía el bosque, malmetiendo al
guerrero hasta el propio desgarro de su morena piel. Comprendió el nombre de la
Colina al encontrar a su paso restos de guerreros, los cuales no corrieron la
misma suerte que él.
En la cumbre de la Colina de
los Huesos reinaba la calma en forma de fina bruma, flotando ésta por los pies
de la montaña. Chowarith decidió descansar sobre la hierba con la intención de
reunir suficiente vitalidad, que le serviría para ascender por aquella cara de
la montaña. Se quedó fijamente mirándola. Desde allí no lograba visualizar el
final de tan gigantesca atalaya, oculta tras nubarrones negros como su
apreciado corcel. Decidió que había llegado el momento de emprender esa
ascensión peligrosa, pensando que su vida no era más que un simple amuleto para
su pueblo. Si moría, su pueblo lo haría con él. Colocó la espada bien segura a
su espalda y saltó con todas sus fuerzas, agarrándose a los salientes de la
primera roca.
El primer tramo no fue
difícil, pues la imperfecta verticalidad de la pared daba descanso a sus
músculos cada vez que llegaba a un recodo. Era una roca fría y seca que
transmitía energía a su cuerpo. Y siguió ascendiendo con rapidez hasta que se
adentró en el nimbo oscuro que rodeaba la montaña. La temperatura de su cuerpo
descendía con premura, mermando el movimiento de sus brazos y piernas,
ralentizando la agilidad con la que debía permanecer para moverse entre los
peñascos salientes. A su alrededor comenzaron a verse finas luces en forma de
rayos, que aparecían y desaparecían por arte de magia. Chowarith recordaba las
palabras de la bruja mientras no cesaba su escalada, centrando su atención en
los apoyos de la roca. Un par de impulsos más le bastaron para lograr salir del
nubarrón, volviendo a recobrar la temperatura de su cuerpo. Miró hacia la
cumbre y se alegró al ver que no quedaban más de dos o tres tramos. Reunió
todas las fuerzas posibles y continuó subiendo, hasta alcanzar la cima con una
de sus manos.
Sus pies, ya sobre el terreno
llano, se acercaron al Gran Agujero. A diferencia del nubarrón, la temperatura
era un poco más elevada, y Chowarith agradeció ese calor por un instante. Miró
hacia el interior. Un lago de lava enfurecida le esperaba con bravura en el
fondo de aquel cráter. El guerrero empuñó su gran espada y pensó en cada una de
las palabras que Ôrzlag le había formulado, sin encontrar la solución para
acabar con el hechizo. Entonces, mientras los ojos del guerrero estaban
inmersos en la duda, el reflejo de la luna apareció sobre la lava, y lo
comprendió todo. Empuñó su espada con la punta hacia abajo y saltó al vacío; y
después de escuchar el estallido del cristal vio como la lava desaparecía de
repente y su cuerpo caía sobre el cofre de hielo que contenía el conjuro en
contra de su pueblo, haciéndolo añicos.
Chowarith llegó a Trögslom,
caminando bajo el sol, acompañado de su negro corcel, y con el Puño de Arjlcoch
envuelto en un trapo.
La sonrisa de la bruja
anunció el final del maleficio.
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