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dimarts, 20 de desembre del 2011

A la propuesta de rememoración de Cuentacuentos (IV): A Brian.

                "Enero del 2008"




          Pasaron varios días hasta que alguien cayó en la cuenta de que los sueños habían desaparecido. Cuando comprendió lo que ocurría decidió presentarse ante el Supremo para hacerle llegar la noticia de su descubrimiento.

Ataviado con la negra capa, ocultado bajo el gran capuchón, abandonó la aldea montado a lomos de su fiel compañera de viajes.

–Vamos, Swothie –le susurró a la mula –. Antes que despunte el alba debemos llegar.

El animal relinchó con suavidad y emprendió la caminata lenta y tosca que los llevaría más allá de las colinas verdes.

La noche se presentaba despejada y fría. Las estrellas mostraban el camino con su luz tenue, azulando las sombras de los recovecos de los incontables meandros que surgían en su avance por el sendero. La ascensión no era fácil para una mula de tan avanzada edad, pero Brian sabía que podía confiar en ella; como lo había hecho durante su corta vida. Vaciaba los fardos lentamente para aligerar el peso que soportaba el animal, comiendo y bebiendo lo que se le antojaba y tirando al camino lo que no podía tragar, dejándolo a merced de los animales que poblaban aquellos lares.

Al cabo de muchas horas, justo en el momento que los primeros rayos de luz despuntaban por el horizonte, la majestuosidad del astro rey asomaba por la negra silueta recortada de Stonehenge. Brian experimentaba en su cuerpo una sensación de alegría y miedo a la par. Los escritos que dejaban sus antepasados en el Gran Libro de la aldea explicaban los contados y atrevidos encuentros que los más osados habían ostentado con el Supremo. Tan sólo unos pocos –muy pocos –, consiguieron salir de los agujeros de Aubrey con vida; ya que se paga con ella la ira del Supremo si es molestado por nimiedades impropias de un ser como él. Brian sabía que su petición, su noticia, no dejaría indiferente al amo y señor de aquellas tierras. Respiró hondo y se armó de valor. Animó a su querida Swothie a avanzar esos últimos metros que los separaban del milenario y sacro lugar. Una vez allí, bajo el primer dintel, descendió de la mula y penetró donde la oscuridad aún gobernaba.

Del pequeño zurrón extrajo las cuatro piedras preciosas de la aldea. Las dispuso sobre el altar del rezo tal y como indicaba en las litografías del Gran Libro. Apoyó una de sus rodillas en el suelo, agachó la cabeza, y pronunció un salmo en la Alta Lengua.

Esperó en silencio, escuchando el silbido del viento perfilando la silueta de la arenisca azulada que se alzaba a su derredor.

El viento trajo consigo palabras inteligibles que Brian se esmeraba por traducir. Pero su esfuerzo fue en vano. Volvió a rezar el salmo invocatorio.

La corriente se acentuó, recorriendo cada espacio libre de piedra, deslizándose con brusquedad sobre la superficie del altar. Brian vio entonces cómo las piedras de la aldea comenzaban a moverse formando círculos, levitando a escasa distancia de la roca; y una voz le habló en estruendosa aparición.

–¿Qué quieres, mortal?

–Ya sabes a lo que he venido, Señor –contestó Brian con firmeza –. Vengo en busca de los sueños perdidos de las gentes de mi aldea.

–Brian Edward Hyde –dijo en tono misterioso –. ¿Por qué crees que debería escuchar tu suplica?

–Porque eres el Señor que a todos nos rodea; porque es tu deber cuidar de los que creen en ti y porque sin los sueños, los niños de la aldea, del condado y de la comunidad, no crecerán pensando en la felicidad. Y porque yo, insignificante ante tu poder, te lo imploro.

–Eres bueno de corazón y valiente en tu decisión, joven. Pero si has venido hasta aquí para invocarme, sabrás que has de pagar un alto precio para poder marchar.

El joven afirmó bajando aún más la cabeza.

–Dime cuál es mi castigo por hacer felices a los demás.

–Tu castigo, por la osadía con la que me has invocado, será viajar por los valles de tu extensa comunidad, haciendo que los niños de las incontables aldeas vuelvan a soñar, a recobrar la ilusión. Vagarás por los senderos en total solitud, recitando cuentos y repartiendo magia con tus palabras hasta el fin de tus días. Acepta o deja la vida. Es mi decisión.

–Acepto, Señor.

–Ve, pues. Que los caminos de los bosques hagan de guía en tu cometido.

La voz se desvaneció con el cese del viento. Brian colocó con suavidad las piedras en su escarcela y abandonó el sagrado lugar montado en la que, a partir de aquél momento, se convirtió en su perpetua compañera de caminos.

Oculto bajo el gran capuchón, se tambaleaba a merced del animal con un solo pensamiento: de por vida sería un solitario Cuentacuentos.

2 comentaris:

atenea ha dit...

...y Brian se lo tomó al pie de la letra :) jajaja Me ha gustado mucho, pero más que un castigo del Supremo es un regalo para los que le leemos, ¿no crees?

Bueno, la pesada de turno (una servidora) ya se va y no deja más comentarios, que creo que esta semana he escrito más en blogs ajenos que en el mío propio xDDD

Besos!!

alguien ha dit...

Vaya, tío, no había leído esto o no me acordaba. Muchas gracias a pesar del tiempo. Es la deliciosa maldición de los trovadores: ir por el mundo dando que soñar a los niños, llenando el mundo de pesadillas y fantasías de todo tipo. Veo que tú también sabes bastante de esto de hacer soñar.
Un abrazo, crack