Amigos enganchados:

dissabte, 24 de desembre del 2011

CC71- Requiem por un asesino.



Había luces tenues detrás de la puerta, que parecía entreabierta. Ian, vestido de técnico electricista, no dudó en aprovechar el disfraz. Dio tres golpes a la puerta y agarró con fuerza el pasamanos de la escalera por si debía darse un impulso antes de echarse a la carrera, escaleras abajo.

—¿Es aquí donde han avisado al lampista?—gritó hacia el interior.

—Pasa, Ian —dijo una voz femenina—. Que soy yo.

El justiciero entró rápidamente, mirando hacia las escaleras antes de cerrar la puerta tras de sí. Dejó la caja de herramientas en el suelo y fue hacia la habitación. Allí estaba Jara, sentada en el borde de la cama, con la mirada fija en la pantalla del portátil. Sobre la cama estaba la mochila de Ian abierta, con toda la ropa en su interior. La funda del arma estaba abierta también, al lado de la mochila.

—Apresúrate que no tenemos mucho tiempo— dijo la joven, sin apartar la vista—. Ya ha sido alertada la policía y hay una comisaría dos calles más allá del teatro. O sea que esto no tardará en ser un campo lleno de minas para nosotros.

Ian se había desecho del traje de lampista. Iba caminando en calzoncillos por la habitación, controlando que no quedara nada —que más tarde fuera un error— en ningún cajón ni armario.

Jara no se inmutaba al ver pasear su cuerpo casi desnudo por delante de ella. Su mirada estaba congelada en la pantalla. En cambio, sus dedos se movían vertiginosamente por todo el teclado. Tenía abierta seis páginas a la vez y navegaba como un rayo por todas ellas. La más importante era la que tenía al frente de todo. En ese momento, un icono verde apareció en la pantalla.

—Bien, Ian —dijo, apartando por primera vez los ojos del aparato, aparcándolos en los del hombre que se colocaba los pantalones—. La zorra ya ha hecho el ingreso.

—Pues estuvo a punto de no poder hacerlo.

—¿Y eso?

—En el momento que apuntaba al marido entre las cejas… me vino un remordimiento de conciencia al pensar que eran tal para cual. Esa mujer… me hizo pensar en a quién debía, realmente, apretar el gatillo.

—¡Ian! —le interrumpió—. ¡Olvídalo! Últimamente te estás ablandando. Lo mismo te ocurrió con lo del tipo aquel de Mallorca. ¿Es que no ves que a nosotros nos importa un carajo?

Ian, mientras tanto, sacaba las piezas del arma del interior de la caja de herramientas. Les dio un repaso rápido con un trapo y la guardó en su funda original, con las mismas hendiduras rígidas que las de la funda que dejó caer desde la pasarela al escenario.

—Hay más —anunció Jara—. Ya ha llegado el informe del siguiente trabajo.

—¿Otro? —preguntó el hombre, guardando con delicadeza el visor en su lugar.

—Sí. Otro. Y éste parece más interesante. Al menos económicamente.

Ian quedó absorto en unos pensamientos que se iban anclando a los anteriores de apretar el gatillo. Jara iba comentando lo más interesante del informe, pero él no la escuchaba. Alternaba el remordimiento con la rutina —casi litúrgica— de cubrir bien las piezas de esa arma que tanto le había costado construir, con unas telas de seda negra y un par de bolsas rellenas de gel de sílice.

—Mira —le distrajo la joven—. Acércate y mira el objetivo. Será fácil.

Ian se acercó hacia la cama con el rostro serio. Antes de llegar, Jara ya había volteado el aparato para que pudiera ver la foto de la víctima. Éste, al verla, no hizo ademán de pararse y continuó derecho hacia el cuarto de baño.

—¿Ian?

—Espera un segundo.

Entró en el habitáculo y cerró la puerta, pestillo incluido. Bajó la tapadera del retrete y se sentó lentamente. Jara continuaba hablando desde el exterior, pero en la mente de Ian, todo aquello que le molestaba fue desapareciendo hasta quedarse completamente en blanco. Una vez conseguido, respiró hondo y se santiguó. Rezó para sus adentros una oración por el alma perturbada y arrancada de la vida de Horacio Ballester, el hombre que escuchó su último acorde en el Gran Teatre del Liceu. Le pidió al Señor que se apiadara de todos sus actos impuros. Pidió también clemencia por ella porque, tarde o temprano, algún otro justiciero daría fin a sus pecados. Le rogó que perdonara a la persona que, en un futuro, acabaría de cerrar el asunto de esa pobre y manchada familia. Y rezó un Padre Nuestro para él, Ian; el ejecutor que nunca dejaba un alma sin cuerpo por la que rezar para que descansara en paz. Y siguió con sus oraciones.

Fueron los golpes que Jara estaba dando en la puerta los que le sacaron de su encierro mental. Al abrir los ojos se notó la cara húmeda y ésos, sus ojos grises y fríos, ahora hinchados e inundados en lágrimas. Se descubrió acariciándose la cruz que llevaba tatuada en el pecho. Tiró de la cadena y abrió el grifo para aclararse el rostro.

Al salir, Jara le lanzó el jersey que debía ponerse. Y mientras lo ponía, la joven cargaba con las mochilas hasta la puerta del piso ocupado. No reparó en el rostro de su “a veces compañero, a veces pareja”.

Se cargó el trombón en el hombro. Un último vistazo frío y calculador antes de cerrar la puerta con llave y desaparecer por las escaleras. Las llaves acabaron en una papelera tres manzanas abajo, donde ninguno de las decenas de policías que estaban cubriendo la zona pudiera verlo.

Jara avisó un taxi levantando el brazo. El vehículo amarillo y negro se detuvo a su altura. Sin preguntar, la chica abrió el maletero, echó dentro el poco equipaje y se metió en el compartimiento de atrás. Ian cerró el maletero, y se subió al taxi lentamente, colocando el instrumento entre sus rodillas.

—¡Rápido, al aeropuerto del Prat! —gritó ella.

El taxista arrancó seguidamente y enfiló Ramblas arriba. Jara agarraba la mano de Ian con cariño y alegría. Éste le respondía con una mirada fría y ausente. El taxista detuvo el coche en el primer semáforo en rojo que encontró, al lado de Plaza Cataluña. Al cabo de un minuto se puso en verde. Pero durante ese minuto, Jara observaba la mirada de su compañero. Éste tenía la mirada perdida. Atravesaba el rostro y la cabeza de ella, fija en algún punto lejos de allí.

En un abrir y cerrar de ojos el taxi hizo chirriar sus ruedas para empezar la carrera. Al mismo tiempo, los ojos de Ian se clavaron en los de Jara. Ella le soltó la mano lentamente. Éste hizo un movimiento con todo su cuerpo. La puerta de taxi se abrió de par en par, dejando escapar el cuerpo de Ian hacia el exterior, rodando entre dos coches que podían haberlo atropellado, deslizándose sobre la funda rígida y negra de su instrumento.

Ella le miró con cara de impotencia.

El taxista clavó los frenos, intentando detener el coche a tiempo. Pero tardó demasiado.

Ian se había levantado y, mirando a los ojos de Jara, emprendió una huída hacia la entrada de la estación de trenes, corriendo entre la gente que se agolpaba en mitad de la plaza.

Jara comprendió que, el Ian que conocía, el Ian que estrechaba la mano a la Muerte antes de apretar el gatillo, había sucumbido al peso de su trabajo.

Sólo pudo desearle buena suerte.


Y aquí se acaba la historia... o empieza otra...

9 comentaris:

Rebeca Gonzalo ha dit...

Cuando leí que tenías intención de continuar la historia de la semana pasada, pensé: "¡No, no la deberia alargar!; Si lo hace la va a pifiar". Ahora he visto que aunque el relato da un giro radical respecto a la primera parte, también ésta me gusta.

¡Felices fiestas!

Jara ha dit...

me temo que estos dos volverán a encontrarse.
y me gusta esta continuación y me permite entender más la anterior.

Se me hace raro ver mi nombre en una historia :P

Un besote granuja. Hablamos.

pd: que empiece otra...

Malena ha dit...

Eso de segundas partes nunca fueron buenas, no se aplica para nada en tu caso. La primera parte fue muy buena y ésta no se queda atrás. Completa muy bien a su antecesora poniéndonos en un ambiente en donde nadie parece estar a salvo.
De aquí puede salir una historia muy pero que muy interesante.


P.D: Yo también me sorprendí al leer el nombre de Jara en la historia :D

Sara ha dit...

Me ha gustado mucho esta historia porque creo que es clave para entender al personaje, para darle profundidad y definirlo. Has acertado, sin duda, eligiendo seguir por aquí. ;)

Pugliesino ha dit...

La perfección que toda muerte lleva consigo, el arma que la llama, y ella cerraba su triángulo mortífero.
Pero algo rompió esa frialdad equilatera, algo traspasó el escudo de su retina y aquella humedad le desorientó.

Que gran relato estás construyendo, y por supuesto tus lectores te pedimos que no acabe aquí

Un abrazo y puxa el 2012!! :)

El mundo de Yas (Andrés) ha dit...

Me ha gustado mucho también esta continuación, la parte sentimental de un asesino, ya hiciste mención sobre ello en el cuento anterior, pero en este lo has expuesto de una forma más clara. Felicidades Hellcito, una semana más entre mis favoritos. je.

Mundoyás

atenea ha dit...

Pues yo pensé lo mismo que Sechat... no sabía si era buena idea eso de continuar la historia de la semana pasada pero me has sorprendido, porque esta también me ha encantado :)

Espero que la cosa no acabe aquí, quiero saber qué pasa con Ian y con Jara (a mí también me hizo gracia ver su nombre en la historia jeje)

Besos!! :)

Esther ha dit...

Al final, remordimientos de conciencia. Una esperanza más de recuperar su corazón :)

Feliz fin de Año y próspero Año Nuevo :)

Jan Lorenzo ha dit...

El arrepentimiento llega cuando menos nos lo esperamos. Está ahí, al acecho, siempre a la espera de vernos flaquear... Yo también pienso que estos dos se encontrarán.

y creo que conozco una Jara que podría llegar a ser igual de fría y calculadora ;)

Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.